jueves, 28 de agosto de 2008


La materia orgánica es la base de
la vida. Por eso, los restos orgánicos
no se pueden considerar como
desecho sino un recurso valioso para
continuar garantizando la fertilidad
de la tierra. Con el proceso del
compostaje la materia orgánica se
convierte en un recurso de gran valor
para frenar la desertización y evitar
la contaminación de los residuos
domésticos.


Los residuos
La sociedad humana se distingue del resto
de comunidades animales por dos actividades
propias: el consumo de energía
extrasomática y la generación de residuos,
entendidos como materiales de rechazo y no
útiles. En las últimas décadas, el incremento
de materiales sintéticos elaborados con elementos
extraños a la naturaleza ha complicado
la llamada «gestión de residuos». El año
2002 en Catalunya se produjeron 3.713 millones
de toneladas de residuos municipales,
de los cuales sólo un 20% (740.428 tonela-das)
fue recogido de manera selectiva.
Una sociedad humana consciente de su lugar
en la naturaleza atendería el ciclo de cultivar-
comer-excretar-compostar-cultivar. La
vida en el campo aplicaba parte de este ciclo,
con lo cual aquello que llamaríamos residuos
o basura se acababa convirtiendo
mayoritariamente en restos orgánicos. En el
ciclo ideal, incluso los excrementos humanos
constituirían un material para tratar y
retornar al suelo, y mejorar así su fertilidad.
La vida urbana no responde a este ciclo, y de
ahí su impacto contaminante sobre el ambien-te.
Hay residuos orgánicos de origen natural
que pueden convertirse en abono, pero también
los hay sintetizados por el hombre los
cuales no se degradan tan fácilmente. De muchos
de los residuos inorgánicos podemos
reaprovechar alguna de las materias primas
de que se componen. Nuestra vida cotidiana
genera entre un 40 y un 50 % de residuos
orgánicos que se pueden reciclar fácilmente
compostándolos. La fracción orgánica de los
desechos municipales de Catalunya el año
2001 era el 38 % del peso total. Sin embargo,
el porcentaje medio recogido de manera
selectiva, en las comarcas y municipios don-
de se ha implantado, no superaba el 3,18 %.
Hay que destacar, sin embargo, municipios
ejemplares como el de Torrelles de Llobregat,
con una tasa de recogida del 46,75 %, o
Castellbisbal, con un 41,42 %.
Una visión del consumo basada en la falta
de responsabilidad respecto al entorno ha
creado una sociedad derrochadora de materias
primas. Explotar las materias primas se
ha convertido en una actividad lucrativa en
todo el planeta, que ha dejado a un lado toda
actividad de recuperación, reutilización o
reciclaje de los materiales que se tornan
obsoletos o inservibles. El concepto moderno
de residuo no es otra cosa que la suma de
los productos excretados por la sociedad de
consumo. Por razones macroeconómicas,
estos productos se tratan mayoritariamente
depositándolos o acumulándolos en espacios
aislados que llamamos vertederos.


En algunos
casos, previamente son incinerados para
reducir su volumen y reducir la ocupación
de territorio.
Los residuos generan dos variables claramente
perceptibles por la población: malos
olores y alteración del paisaje. Por ello, la
gestión de residuos se ha convertido en una
fuente de conflicto social y ya ha desarrollado
síndromes como el efecto nimby (not in
my back yard: no en mi patio trasero). La
palabra residuo se ha convertido en un término
negativo y amenazador para qualquier
persona o grupo social. Y, sin embargo, los
catalanes (datos del año 2002) cada día generamos
alrededor de 1,62 kg por persona
de material de desecho que sacamos de casa
para que desaparezca de nuestra vista. Además,
se añadiría un quilo más diario en forma
de excrementos que enviamos a través
del wáter a contaminar las aguas (que después
debemos depurar generando un importante
gasto energético).
Últimamente, se ha hecho un esfuerzo para
vaciar de contenido negativo el término residuo,
puesto que este sería un estado intermedio
entre una materia prima y un material
de desecho. En otras palabras, un residuo es
algo que deja de ser útil para el propietario
del material o el objeto, pero que potencial-mente
conserva propiedades para ser incorporado
nuevamente al ciclo productivo. Para
que un material residual se pueda reciclar hay
que aplicarle energía o someterlo a procesos
de regeneración. En cambio, un desecho sería
realmente un elemento que ha perdido
toda posibilidad de ser reincorporado al ciclo
productivo, es decir, es aquella fracción
del residuo que no tiene ningún valor y del
que no podemos obtener, por ahora, ningún
provecho. En realidad, en una sociedad consciente
de la importancia del ciclo de la materia
y de que la naturaleza no contiene un almacén
infinito de recursos, los materiales de
desecho final habrían de ser mínimos. De
hecho, según diversos estudios, el 95 % de
los residuos generados deben tener valor.
Una sociedad sana es aquella en la que el
desecho se ha reducido al máximo y en la
que una parte de la energía se invierte en
evitar que los materiales se conviertan en un
elemento que contamine. Por eso es necesario
que se retrase al máximo su deterioro final
y se exija la recogida selectiva. El equilibrio
entre el impacto de un material de desecho
en el medio y el proceso tecnológico para
alargar su vida útil es un aspecto clave y que
identifica una sociedad ambientalmente
avanzada. Inevitablemente, la gestión ambiental
del desecho exige una participación
activa de la población para reagrupar los bienes
de consumo inservibles que han sido
desperdigados por el comercio. El término
recogida selectiva se ha convertido en un
concepto básico para ilustrar la necesidad de
participación en una gestión ambiental de los
residuos. Entendemos por recogida selectiva
la actividad de escoger desde el hogar, el
comercio, la oficina, la escuela, etc., los elementos
de desecho para que puedan ser reciclados,
es decir, convertidos en nuevos usos.
La recogida selectiva es esencial en un modelo
de sociedad basado en la minimización
de sus residuos. Sin embargo, la sociedad
ecológica ideal fomentaría los servicios y no
los objetos en si mismos. En una economía
ecológica se potencia el alquiler de servicios
y el precio de los productos refleja todos los
aspectos de su ciclo para facilitar el tratamiento
ambiental más adecuado al final de
su vida útil.
Las 5 R y la reducción de residuos
La gestión de los residuos es el conjunto
de actividades que comprende la recogida,
el transporte, el almacenamiento, la valori-
zación, la deposición de desecho y la
comercialización de los residuos. Esta gestión
la realiza la administración pública competente.
Pero los residuos también pueden
evitarse y así abaratar los costes de esta gestión
tanto desde un punto de vista económico
como ambiental. Los ciudadanos, como
consumidores, trabajadores, comerciantes,
industriales, etc., son los responsables primeros
de la producción masiva de basura.
Para reducir los residuos hace falta un cambio
en los comportamientos personales de los
ciudadanos que podemos resumir en 5 R:
reducir, reutilizar, reciclar, retornar, reparar.
Lo primero que hay que incentivar es la
minimización. La práctica de reducir el volumen
de materiales utilizados evitará una
posterior acumulación innecesaria. Una manera
eficaz de reducir es evitar materiales
cuya duración en nuestras manos sea mínima.
Es el caso de las bandejas de porexpan
para los alimentos o la bolsa de plástico individual
para cada una de las variedades de
fruta o verduras. Mezclar en una misma bolsa
de plástico o mejor llevar un cestito de
mimbre para transportarlas dentro del carrito
ahorra gran cantidad de desechos.
Si deseamos una vida de más calidad debemos
apostar por el reciclaje. Convirtiendo la materia
orgánica en compost o biogás evitamos un 40 %
del problema de los residuos urbanos.

En el supermercado podemos escoger productos a gra-nel
en vez de empaquetados. Escoger la for-ma
de presentación para llevarnos el míni-mo
residuo es una cuestión de conciencia.
Además, reducir también implica pensar si
necesitamos realmente aquello que vamos a
comprar. Muchas veces adquirimos produc-tos
sin valorar su utilidad en aquel preciso
momento. La compra impulsiva no ayuda en
absoluto a reducir la basura doméstica.
Reutilizar se aplica a productos a los que,
una vez utilizados, podemos dar otros usos.
Un bote de vidrio, por ejemplo, cuando que-da
vacío puede ser útil para llenarlo con con-servas
caseras o frutos secos comprados a
granel. La reutilización también tiene mucho
que ver con el hecho de que otras personas
puedan acceder a un objeto que para noso-tros
ha dejado de tener un uso. Este podría
ser el caso de una bicicleta que se le ha que-dado
pequeña a un niño y que podemos dar a
otro. Lo mismo podríamos decir de la ropa
que se nos queda pequeña o simplemente que
ya no nos es necesaria. Alargando la vida útil
de un objeto evitamos que se produzcan re-siduos,
en definitiva, disminuimos el volu-men.
Reciclar es dar valor para que las mate-rias
primas del objeto desechado se puedan
volver a utilizar en la fabricación de nuevos
productos, ya sea el mismo producto o uno
diferente. Un vaso de plástico compostable
en medio de la pila de compost deja de ser
útil para beber, pero se convierte en un ma-terial
para fertilizar el suelo. El compostaje
es una de las actividades que mejor definen
el concepto de reciclar. El compost obtenido
lo podremos repartir en nuestras macetas con
plantas. Reciclar es hacer posible que poda-mos
separar elementos compuestos para
reintroducirlos nuevamente en el ciclo pro-ductivo
como materias primas.
Retornar es una actividad básica para que
las primeras 3 R sean posibles. Los envases
retornables con un precio de depósito quizá
serían el ejemplo más conocido, aunque cada
vez haya menos en el mercado. Sin el gesto
de retornar un objeto a su punto de inicio o a
un intermediario que posibilite su
reutilización o reciclaje, la reducción de los
residuos no es posible. Si todos juntos con-tribuyésemos
a retornar los residuos
valorizables ya sea en un punto verde o en el
punto de partida (por ejemplo, el comercio
donde lo hemos adquirido), la tasa de resi-duos
valorizables se incrementaría. La cues-tión,
entonces, no es mirar un poco más a
largo plazo, sino observar las repercusiones
de nuestras acciones diarias más allá de nues-tros
ojos.
Finalmente, muchos útiles cotidianos pue-den
ser reparados. Reparar puede requerir
sustituir alguna pieza, pero evita residuos.
Por otro lado, reparar se aplicaría a la res-tauración,
que consiste en alargar la vida útil
de los objetos al máximo, de modo que se
evita su disposición en la basura. Un orde-nador
para escribir, pese a haber quedado
corto de memoria, puede durar mucho más
simplemente sustituyendo alguna pieza, por
ejemplo cambiando el disco duro original por
otro de más capacidad. Muchas veces los
objetos antiguos, antes de convertirse en piezas
de museo o desecho en un vertedero controlado,
pueden ser reparados para alargar su
vida útil o para convertirse en un objeto decorativo.
Reparar un utensilio y adecuarlo a
las necesidades es una manera de reciclar.
La materia orgánica en la
naturaleza
La materia en la naturaleza se halla en tres
formas químicas: elementos, compuestos
(dos o tres elementos) y mezclas de elementos
con compuestos. En la Tierra existen 109
elementos químicos, pero sólo 92 son de origen
natural. Cada uno de ellos tiene una estructura
interna y unas propiedades únicas
que las distinguen de los demás. Son como
las letras del abecedario con las que podemos
generar una gran variedad de materiales.
No obstante, dentro de esta riqueza hay
cinco elementos básicos para la vida, que la
Tierra contiene en abundancia: el hidrógeno
(H), el carbono (C), el oxígeno (O), el nitrógeno
(N) y el fósforo (P). Pese a su complejidad,
el mundo vivo reposa sobre unas bases
químicas sencillas que, sin embargo, en
detalle se expresa también incorporando
otros elementos en pequeñas proporciones
(oligoelementos) pero esenciales para muchos
procesos vitales. La gran capacidad de
la naturaleza ha sido dotarse de un poderoso
mecanismo que recicla constantemente la
materia viva a través del proceso de descomposición
y mineralización. La vida en la Tierra
ha perdurado durante millones de años
gracias al reciclaje continuo de estos elementos.
El calcio acumulado hace millones de
años por caracoles marinos convertidos en
rocas es hoy día el sustrato de muchos bosques.
La actividad de los microorganismos
consigue arrancar el poder vital de estas rocas
y convertirlas en suelo útil para el crecimiento
de las plantas.
Cuando fabricamos y usamos un producto,
variamos la forma física o química
de sus compuestos o elementos, pero
nunca creamos a partir de la nada. Esta
realidad se conoce como ley de conservación
de la materia. La naturaleza
muestra de modos diversos cómo la
materia y la energía son sometidas a
un proceso de renovación cíclico constante
y dinámico. Todo organismo se
convierte en la fuente potencial de alimento
para otro. Así se establecen lo
que se llaman cadenas o redes tróficas.
Cada organismo ocupa una posición
o escalón que llamamos nivel trófico
de acuerdo con la cantidad de materia
que aporta y de cómo esta materia crece.
Cada nivel trófico produce residuos
como resultado de la transformación
energética de los alimentos o materia
nutritiva. Los residuos de las
plantas y animales silvestres no son
desechos inútiles sino una forma de materia
que, aunque energéticamente pobre, sirve a
otros organismos, que la vuelven a hacer
aprovechable en el ciclo vital. Los organismos
que cierran y a la vez abren una red
trófica son los descomponedores, que se alimentan
de materia orgánica muerta y que en
el proceso metabólico la mineralizan, haciéndola
útil de nuevo para las plantas. Lógica-mente,
las sustancias que forman un ser vivo
no son las únicas que se reciclan. En la naturaleza
hay diversos elementos químicos
como el agua, el oxígeno y el fósforo que,
pese a formar parte de la estructura de los
seres vivos, también describen su propio ciclo.
En definitiva, la naturaleza nos muestra
que, ayudada por la energía solar, se puede
luchar contra la progresiva degradación de
la materia, sintetizando nuevas sustancias vitales,
haciendo crecer organismos y manteniendo
lleno de vida el planeta Tierra.
En todo este proceso la aparición de la especie
humana aporta una importante diferen-
cia, en la medida en que su capacidad racional
le permite sintetizar compuestos nuevos
para los que la naturaleza no dispone de procesos
fáciles de degradación, y por tanto se
acumulan sin posiblidad de reincorporarlos
en ningún ciclo natural. Por otro lado, estos
compuestos más o menos persistentes, y en
la medida en que son extraños a la bioquímica
de la vida, pueden convertirse incluso en tóxicos
y peligrosos para el propio desarrollo de
la vida. La capacidad de generar sustancias
contaminantes por parte de la familia humana
en los últimos siglos, pero muy especialmente
desde el siglo XX, se ha convertido
en el principal problema para propiciar una
civilización sostenible, es decir, capaz de
perpetuarse en el tiempo. La vida de un tercio
de los humanos se ha volcado en la creación
de nuevos materiales que cumplan un
requisito elemental: ser reciclables y no tóxicos
para las distintas formas de vida. Actualmente,
hemos creado decenas de miles de
sustancias, y algunas de ellas se han convertido
en auténticas
pesadillas por su
capacidad de destrucción
de la vida
(c a n c e r í g e n a s ,
mutágenas, etc).
Conocer y adaptar
nuestro ingenio
para mejorar la calidad
de vida en los
ciclos naturales es
el principal reto del
siglo XXI. El
ecodiseño como
concepto que explica
esta nueva tendencia
de crear materiales
y objetos
reciclables y no
tóxicos representa
una esperanza para el futuro de la humanidad. Esperanza que no
será posible sin un estilo de vida más frugal.

El compostaje
El término compost deriva del latín
compositus y su significado sería «poner junto».
Para hacer compost mezclamos varios
materiales que permiten iniciar un proceso
de descomposición de la materia orgánica
que posteriormente dará lugar a un material
más o menos estable parecido al humus del
suelo y que es un elemento clave para la fertilidad
de la tierra. Los términos compost,
compostaje o compostar, han pasado a ser
habituales en nuestro lenguaje y abrevian con
precisión el concepto de materia orgánica
descompuesta.
El compostaje se define como un sistema
de tratamiento/estabilización de los residuos
orgánicos basado en una actividad microbiológica
compleja, realizada en condiciones
controladas (presencia asegurada de oxígeno
—aerobiosis— y con alguna fase de alta
temperatura) en las que se obtiene un producto
utilizable como abono, enmienda o
sustrato. En condiciones naturales la materia
orgánica se puede descomponer y en determinadas
condiciones compostar. La diferencia
principal es que el compostaje se asume
como un proceso artificial, como una
biotecnología por el hecho de corresponder
a una explotación industrial del potencial de
los microorganismos. También puede considerarse
una ecotecnología, ya que permite el
retorno al suelo de la materia orgánica y de
los nutrientes vegetales, introduciéndola de
nuevo en los ciclos biológicos.
El compost es mucho más que un fertilizante
o un agente saludable para la tierra. Es
un símbolo de la continuidad de la vida. El
compostaje es un proceso artificial que
estabiliza e higieniza un producto en descomposición.
El resultado final es un producto
de aspecto físico diferente de los materiales
que permiten formarlo. Al ser un proceso con
aire, oxigenado, no produce mal olor. El hecho
de que en alguna fase actuen micro-organismos
de tipo termófilo garantiza la eliminación
de los organismos patógenos y parásitos
que podría haber. Así que elementos
que podrían causar epidemias, como es el
caso de los excrementos humanos, una vez
compostados se convierten en un producto
higienizado.
El proceso de compostaje tiene un fundamento
simple y versátil, puede aplicarse a
muchos tipos de materiales y mezclas, a escalas
de trabajo muy distintas y utilizando
equipos muy o nada sofisticados.
El compostero tradicional por excelencia
ha sido el estercolero: una pila controlada en
la que se mezclaban los excrementos de la
granja con los residuos vegetales de los cultivos
y los residuos orgánicos de los alimentos.


El compost
El compost o producto resultante del proceso descrito anteriormente es difícil de definir, ya que su
composición depende mucho del material o materiales que se hayan tratado, aunque sí debe cumplir
que:
• una parte importante de su materia orgánica esté estabilizada, es decir, sea de lenta biodegradación;
• esté higienizado, es decir, sin patógenos animales o vegetales y sin semillas de malas hierbas;
• tenga un nivel mínimo de impurezas y contaminantes;
• presente un aspecto y olor agradables, un buen nivel de nutrientes para las plantas;
• no genere problemas ni durante su almacenamiento ni durante su aplicación.


Condiciones para un buen
compostaje


Cuando se plantee un tratamiento de residuos
basado en el compostaje, sea en condiciones
industriales o no, se ha de procurar:
• favorecer al máximo las condiciones ade-cuadas
al desarrollo de los microorganismos;
• siempre que sea posible, conservar los
nutrientes de los vegetales que contienen los
residuos;
• evitar problemas ambientales y molestias.



La pérdida de fertilidad de la tierra: un problema de civilizaciones

El químico Jutus von Liebig, en 1876, inventó el fertilizante químico, hecho con una mezcla de nutrientes
condensados y fáciles de transportar que evitaba la dependencia del reciclaje de la materia orgánica. Un
invento que, sin embargo, había surgido de la preocupación histórica por la desertización sufrida por
las fértiles tierras del norte de África en el primer siglo después de Cristo. En aquella época, los campos
de cultivo del norte de África proporcionaban las dos terceras partes de los cereales que consumía
Roma. Pero los nutrientes que se extraían del suelo no volvían a su lugar de origen sino que se perdían
por las alcantarillas romanas en forma de excrementos humanos. Al final, en el siglo III, el agotamiento
de la tierra era total y la región entró en un declive económico y ambiental, preludio de la desertización
que afecta a esta región desde hace casi dos milenios.
Los fertilizantes químicos nos han liberado de devolver la materia orgánica a la tierra y nos permiten
enviar los alimentos cultivados a largas distancias. Las ciudades pueden prosperar sin preocuparse por
devolver a las tierras de cultivo los desechos orgánicos de la basura o
de los lodos de las aguas residuales. El abuso del abono nitrogenado
se ha convertido en un problema grave porque acaba contaminando
con nitratos y nitritos las aguas freáticas que se utilizan para consu-mo
humano. Se calcula que los nutrientes que contienen los dese-chos
y los restos de jardín equivalen a un 7 % de los desechos que
requieren los cultivos catalanes y que los excrementos humanos apor-tarían
otro 8 %. Por tanto, si se utilizasen como compost se podría
ahorrar esta misma proporción de fertilizante químico. Reciclar la
materia orgánica convirtiéndola en compost es una necesidad inelu-dible
de la opción para vivir de manera sostenible y en armonía con
la naturaleza.
La recogida de materia orgánica
comienza con la selección en casa.

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